Un gran dilema ético de estos días
El día en que importantes secretos militares de Estados Unidos cayeron en manos de un periodista.

Por: Mónica González, corresponsable del Consultorio Ético
Pasado el mediodía del sábado 15 de marzo pasado, una nueva noticia bélica acaparó la atención de la prensa mundial. Fuerzas militares estadounidenses habían lanzado ataques aéreos sobre territorio de Yemen controlado por los hutíes, grupo islamista rebelde apoyado por Irán. La noticia irrumpió en medio de la vorágine de las más de 140 órdenes ejecutivas, casi todas con contenido bélico, con las que nos ha bombardeado el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a partir del 20 de enero pasado, día en que asumió por segunda vez el mando en su país.
La ola de bombas —“decisiva y poderosa”, como la describió el Pentágono—, dejó más de 50 muertos, casi un centenar de heridos y ruinas en Saná, capital de Yemen, y las provincias de Saada, Al-Bayda, Hajjah y Dhamar.
Ese mismo sábado, en el estacionamiento de un supermercado, el periodista Jeffrey Goldberg, redactor jefe de la revista The Atlantic, miró con premura su celular. Desde que recibió el 11 de marzo una invitación para sumarse a un peculiar grupo de chat en la aplicación encriptada Signal, una cuota de ansiedad se hacía sentir con fuerza. Más tarde diría que en ese momento se fue directo a la red “X” y buscó si había alguna noticia reciente sobre Yemen. Con sorpresa descubrió reportes de explosiones estadounidenses en Saná, la capital del país de Medio Oriente. Y la sorpresa subió de nivel cuando halló el mensaje que escribió el presidente Trump sobre ese bombardeo en su red Truth Social: “Financiados por Irán, los matones hutíes han disparado misiles contra aviones estadounidenses y han apuntado a nuestras Tropas y Aliados. La piratería, la violencia y el terrorismo de los hutíes han costado miles de millones y han puesto vidas en peligro”.
En ese momento el periodista Jeffrey Goldberg supo que tenía una verdadera bomba a su entero arbitrio. Y que enfrentaba un gran dilema ético.
La decisión ética de Jeffrey Goldberg
Goldberg ha dicho que jamás creyó que ese exclusivo grupo de chat en Signal, al que fue invitado el 11 de marzo por el entonces asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Mike Waltz (según Waltz, “por error”), fuera real. “Y de repente me encontré en un grupo de chat muy extraño con los líderes de seguridad nacional de Estados Unidos", le confesó a la BBC. Allí participaban el vicepresidente, J. D. Vance; el secretario de Estado, Marco Rubio; el secretario de Defensa, Pete Hegseth; la directora de inteligencia nacional, Tulsi Gabbard; el director de la CIA, John Ratcliffe; el secretario del Tesoro, Scott Bessent; la jefa de Gabinete de la Casa Blanca, Susie Wiles; el enviado especial de EE. UU. para Medio Oriente, Steve Witkoff y el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Mike Waltz. Todos ellos participaban de una conversación donde se daban detalles de una próxima operación militar en Yemen.
"Tenía serias dudas de que este grupo de mensajes fuera real, porque no podía creer que los funcionarios de seguridad nacional de Estados Unidos comunicaran por Signal planes de guerra inminentes", confesó más tarde el editor de The Atlantic. De allí su sorpresa cuando ese sábado 15 de marzo confirmó que lo que había leído en ese chat no era ficción. Era una guerra real. Jeffrey Goldberg volvió a leer los mensajes escritos en el chat por el secretario de Defensa y jefe del Pentágono, Pete Hegseth, solo dos horas antes.
“1215: despegan los F-18 (primer grupo de ataque)”.
“El objetivo terrorista está en su zona conocida”.
“1410: Se LANZAN más F-18 (2º paquete de ataque)”.
“1415: Drones de ataque en el objetivo (AQUÍ ES CUANDO CAERÁN DEFINITIVAMENTE LAS PRIMERAS BOMBAS)”.
Sería el entonces asesor de Seguridad Nacional, Mike Waltz, el encargado de enviar al grupo del chat los efectos del potente despliegue bélico ejecutado por las fuerzas estadounidenses en Yemén: “Edificio colapsado. Tuve múltiples identificaciones positivas”. “Trabajo increíble”.
Pero Jeffrey Goldberg tenía algo más que esa delicada información ante sus ojos. En días anteriores, en el mismo chat, pudo leer otros intercambios entre los más altos mandos políticos y militares de Estados Unidos que revelaban disensos respecto de políticas clave del gobierno, además de apreciaciones despectivas de los países europeos. Información clasificada que afectaba la seguridad nacional de EEUU, ¡y era debatida en detalle en una red social!
No había excusa ni escape. El periodista Jeffrey Goldberg debía decidir qué hacer con su presencia en ese explosivo chat. La disyuntiva ética era nítida: ¿mantenerse en silencio para seguir informándose de los planes de guerra secretos del Gobierno de Donald Trump? ¿Retirarse también en silencio sin publicar nada de la información altamente clasificada a la que tuvo acceso? ¿O publicar la información —o parte de ella— haciendo énfasis en su relevancia y en la vulneración que ello representaba para la seguridad nacional del país?
La decisión era compleja y delicada para un periodista de su trayectoria y para el equipo directivo de The Atlantic, revista con pergaminos. Más aún en días en que el presidente de EE. UU., Donald Trump, su principal asesor Elon Musk, y su círculo de confianza, le han declarado la guerra a la prensa independiente.
De guardia de prisión israelí a experto en seguridad
En este punto vale la pena detenerse en quién es Jeffrey Goldberg, el periodista de 59 años que se inició como reportero policial del Washington Post. El que antes de graduarse en la Universidad de Pensilvania, tomó una decisión que lo marcaría: se fue a Israel para unirse a las fuerzas de Defensa de ese país cuando tenía lugar la Primera Intifada. Fue guardia de la prisión de Ktzi'ot, el mayor centro de detención de palestinos, y empezó su carrera de periodista como columnista en The Jerusalem Post. Cuando regresó a EE. UU., además de su paso por el diario de Washington, escribió para The New York Magazine y The New York Times Magazine, medios en los cuales se especializó en seguridad nacional, siendo además corresponsal en Medio Oriente.
En 2007, Goldberg se incorporó a The Atlantic y en 2016 fue nombrado editor jefe de la revista. Durante su gestión, The Atlantic ha multiplicado audiencia y suscripciones y ha ganado sus primeros premios Pulitzer (3). En 2022, 2023 y 2024, The Atlantic recibió el Premio Nacional de Revistas a la Excelencia General de la Sociedad Americana de Editores de Revistas, máximo galardón del sector. Y en 2020, Goldberg fue nombrado editor del año por Adweek. Ha ganado otros importantes premios.
Nueve días más tarde del ataque a Yemen, el lunes 24 de marzo, el titular de la revista The Atlantic acaparó la atención más allá de las fronteras de Estados Unidos: “La administración Trump me envió accidentalmente un mensaje de texto con sus planes de guerra”. En la bajada, Jeffrey Goldberg, escribió: “Los líderes de seguridad nacional de EE. UU. me incluyeron en un chat grupal sobre los próximos ataques militares en Yemen. No pensé que fuera real. Entonces empezaron a caer las bombas”.
Y continúa: “El mundo se enteró poco antes de las 2 p.m., hora del este, del 15 de marzo, que Estados Unidos estaba bombardeando objetivos hutíes en todo Yemen. Sin embargo, dos horas antes de que explotaran las primeras bombas, yo sabía que el ataque podría estar a punto de ocurrir. La razón por la que lo supe fue que Pete Hegseth, el secretario de Defensa me había enviado un mensaje de texto con el plan de guerra a las 11:44 AM. El plan incluía información precisa sobre los paquetes de armas, los objetivos y el cronograma”.
Goldberg explicó el contexto: “La historia comienza técnicamente poco después de la invasión de Hamás al sur de Israel, en octubre de 2023. Los hutíes —una organización terrorista respaldada por Irán cuyo lema es «Dios es grande, muerte a Estados Unidos, muerte a Israel, maldición a los judíos, victoria al islam»— pronto lanzaron ataques contra Israel y el transporte marítimo internacional, causando estragos en el comercio mundial. A lo largo de 2024, el gobierno de Biden fue ineficaz a la hora de contrarrestar estos ataques hutíes; el gobierno entrante de Trump prometió una respuesta más contundente”.
En efecto, el ataque militar para diezmar a los hutíes en Yemen daba en el blanco de dos frentes de batalla que el presidente de Estados Unidos y su círculo político-militar decidieron activar apenas llegaran a la Casa Blanca. Ambos se entrelazan en el férreo apoyo de Trump a la arremetida expansionista del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu en Gaza y otros territorios. Por un lado, se quiso enviar un mensaje amedrentador a Irán, país que financia la acción militar de los hutíes. Y exhibir poder hegemónico y doblegar a los hutíes —que controlan parte del territorio de Yemen— para que desistieran de atacar a los barcos que transitan por el mar Rojo.
Fue el portavoz del Pentágono, Sean Parnell, quien dijo por qué era necesario reestablecer la capacidad de disuasión estadounidense: "Los terroristas hutíes han lanzado misiles y drones de ataque unidireccionales contra buques de guerra estadounidenses más de 170 veces y contra buques comerciales 145 veces desde 2003".
De la fuerza desplegada habló Mike Waltz, entonces asesor de Seguridad Nacional de Trump, en la cadena Fox News: "Simplemente los atacamos con una fuerza abrumadora y advertimos a Irán de que ya es suficiente". Lo refrendó el director de operaciones del Estado Mayor Conjunto, el teniente general de la Fuerza Aérea, Alexus G. Grynkewich: “La primera oleada de ataques alcanzó más de 30 objetivos hutíes en múltiples ubicaciones”.
Los bombardeos a Yemen continuaron después del 15 de marzo y el secretario de Defensa, Pete Hegseth, prometió que la “campaña de misiles implacable” se mantendría hasta que cesen los ataques hutíes.
La negación que no pudo sostenerse
Ese lunes 24 de marzo, poco después que la revista The Atlantic remeciera el tablero político y militar de Estados Unidos con su revelación de la grave vulnerabilidad de seguridad provocada por la administración Trump, un periodista le preguntó al secretario de Defensa, Pete Hegseth, por qué había compartido planes sobre un próximo ataque a Yemen en la aplicación Signal. Su respuesta fue tajante: “Nadie enviaba mensajes de texto con planes de guerra. Y eso es todo lo que tengo que decir al respecto”.
Ese mismo lunes, el todavía asesor de Seguridad Nacional, Mike Waltz, reconoció haber creado el grupo de chat en Signal, pero de inmediato, y restándole importancia y veracidad a la revelación de The Atlantic, escribió: “Sin ubicaciones. Sin fuentes ni métodos. Sin planes de guerra. Los socios extranjeros ya habían sido notificados inminencia de los ataques. En resumen: el presidente Trump está protegiendo a Estados Unidos y nuestros intereses”. El vicepresidente J. D. Vance, protagonista del chat, también le restó veracidad afirmando que The Atlantic sobrevendió la historia. Y la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt abrochó: “Toda la historia es otro engaño”. Solo Brian Hughes, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, admitió el bulto: la cadena de mensajes citados por The Atlantic parece auténtica.
Al día siguiente, el martes 16 de marzo, cuando las réplicas del terremoto subían de intensidad, el epicentro se volcó al Senado. Hasta allí llegó la directora de inteligencia nacional, Tulsi Gabbard. En la audiencia se le preguntó a ella y al director de la CIA, John Ratcliffe, por los contenidos del chat de Signal. “No se compartió ningún material clasificado en ese grupo de Signal”, declaró Gabbard a los miembros del Comité de Inteligencia.
Ese mismo martes, arremetió el presidente Donald Trump. Fiel a su estilo de confrontación, le restó importancia a la impactante filtración que llegó a manos del editor jefe de The Atlantic, al que calificó de “depravado”.
El ataque lanzado desde la Casa Blanca en contra de The Atlantic y de su editor, Jeffey Goldberg, fue feroz. Las declaraciones fueron exhaustivamente analizadas por el equipo directivo de la revista. Y provocaron una segunda decisión periodística basada en la ética y en la manipulación que hizo la Casa Blanca de la revelación de The Atlantic el 24 de marzo. La mentira que se quiso imponer desde el máximo poder institucional del país justificaba “el claro interés público en revelar el tipo de información que los asesores de Trump incluyeron en canales de comunicación no seguros”, explicaron en The Atlantic. Un segundo reportaje sería la respuesta.
“Cuando Donald Trump dijo que básicamente no había nada que ver aquí, y cuando Tulsi Gabbard y John Ratcliffe dijeron que no había información sensible, información clasificada, etcétera, pensamos: bueno, dicen eso, y nosotros somos quienes tenemos los mensajes, así que quizá la gente debería verlos", contó Goldberg a la BBC.
Así fue como en la edición del 26 de marzo, The Atlantic incorporó las capturas de pantalla de los mensajes que intercambiaron los más altos funcionarios políticos y militares de la administración Trump en Signal.
Bajo el título “Estos son los planes de ataque que los asesores de Trump compartieron en Signal” quedó expuesta la prueba de lo que entregó el jefe del Pentágono, Pete Hegseth: detalles de los F-18 y drones que ejecutarían el ataque a partir de las 14:10 del 15 de marzo, e información sobre las zonas y tipos de misiles que se lanzarían sobre los hutíes. Todo en tiempo real. Jeffrey Goldberg y el reportero de The Atlantic, Shane Harris, explicaron lo que estuvo en peligro con la información del chat de Signal: “Si este mensaje hubiera sido recibido por alguien hostil a los intereses estadounidenses, o simplemente por alguien indiscreto y con acceso a redes sociales, los hutíes habrían tenido tiempo de prepararse para lo que se suponía sería un ataque sorpresa contra sus bastiones. Las consecuencias para los pilotos estadounidenses podrían haber sido catastróficas”.
El pentágono bajo fuego
Si las revelaciones de The Atlantic dejaron a la cúpula político-militar y de inteligencia bajo severo cuestionamiento por haber vulnerado la seguridad nacional, la siguiente filtración fue demoledora. Un nuevo escándalo estalló cuando se supo que Pete Hegseth compartió información sobre los ataques aéreos a Yemen en otro chat de Signal, esta vez con su esposa, su hermano y decenas de otras personas. Una vez más había datos tan relevantes como horas de despegue de aviones a punto de atacar objetivos hutíes y cuándo se dispararían los misiles Tomahawk. Información que debió ser secreta y que era idéntica a la que fue compartida en el grupo de Signal en el que fue incluido Jeffrey Goldberg, editor de The Atlantic.
Esos antecedentes se agregaron a la investigación en el Departamento de Defensa por las responsabilidades en la divulgación no autorizada de información sensible. Una investigación que ya arrojó bajas. Hace al menos 18 días, tres de los principales asesores de Hegseth fueron escoltados fuera del Pentágono.
Las réplicas al terremoto que provocaron Pete Hegseth y Mike Waltz, no cesan. Los grandes medios estadounidenses han recibido testimonios de las desconfianzas crecientes y disputas —a gritos— entre asesores del Pentágono. Y de nuevas bajas. No solo el jefe de gabinete de Hegseth, Joe Kasper, renunció. También lo hizo John Ullyot, su principal portavoz en el Departamento de Defensa. El domingo 20 de abril, Ullyot desató un nuevo remezón con un artículo de opinión para el sitio especializado Politico. Allí el exmiembro del Pentágono acusó a su exjefe de “deslealtad” e “incompetencia” y denunció que su gestión ha sido “un caos y un colapso total”.
Es muy probable que entre los estropicios que contabiliza Ullyot esté la divulgación de los intercambios del chat grupal al que tuvo acceso el periodista Jeffrey Goldberg y que dejaron al vicepresidente y al Gobierno de Estados Unidos en una compleja posición frente a la Unión Europea. La filtración afectó a J. D. Vance en dos campos. Primero, al develar disensos en algunas políticas clave del gobierno de Trump. Y segundo, al poner de manifiesto su animadversión por Europa.
Como transcribió The Atlantic, a las 8:15 del 14 de marzo, Vance resalta en un mensaje en el chat de Signal el hecho de que los ataques hutíes a los barcos que circulan por el Canal de Suez afectan principalmente a los países europeos y no a EEUU. Argumenta que solo el 3% del comercio estadounidense pasa por el Canal de Suez, mientras el 40 % del comercio europeo lo utiliza. Vance se sincera y escribe: "No estoy seguro de que el presidente sea consciente de lo incoherente que es esto con su mensaje sobre Europa en este momento".
Luego vienen mensajes sobre la necesidad de exigirle a Europa compensación por los bombardeos contra los hutíes. Opiniones que refuerzan la nueva visión mercantilista de la seguridad nacional que impera en el equipo de Trump. Vance advierte: "Hay un riesgo adicional de que veamos repunte de moderado a severo en los precios del petróleo. Estoy dispuesto a apoyar el consenso del equipo y a guardar estas preocupaciones para mí mismo. Pero hay un fuerte argumento a favor de retrasarlo un mes, trabajar el mensaje sobre por qué esto importa, ver cómo está la economía, etc.".
Si abrir el flanco del disenso es peligroso, lo que escribió el vicepresidente después también lo es: “Detesto tener que rescatar a los europeos otra vez”. La respuesta del secretario de Defensa, Pete Hegseth, es para el registro histórico: “Comparto plenamente el rechazo a los gorrones europeos. Patético”.
A pesar del terremoto y sus réplicas, hasta ahora Pete Hegseth sigue en su puesto. El que fuera presentador de Fox News, la cadena amiga de Donald Trump, hasta 2024, sigue repitiendo que la información que compartió en los chats no era clasificada: “He dicho repetidamente nadie está enviando planes de guerra por mensaje de texto. Reviso planes de guerra todos los días. Lo que se compartió X Signal entonces y ahora, fueron coordinaciones informales no clasificadas para coordinaciones mediáticas y otras cosas”.
Férrea ha sido la defensa de Pete Hegseth desplegada por Donald Trump. Al tiempo que descalifica al periodista Jeffrey Golsberg —"sinvergüenza" y “mentiroso”—, insiste en que los reportajes sobre las filtraciones de información secreta y sensible en los chats que armó su secretario de Defensa son noticias falsas. Una afirmación presidencial probadamente falsa.
Pero la defensa inexpugnable de Trump era solo apariencia. Porque la réplica interna al terremoto que está provocando la crisis del Signalgate se ha convertido en una olla a presión cuyas consecuencias recién comienzan.
Intentando negar la crisis en ciernes, Donald Trump escribió en su red Thruth Social el de mayo: "Me complace anunciar que nominaré a Mike Waltz como el próximo embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas".
El presidente Trump esperó celebrar triunfalista y pletórico de certezas sus vertiginosos 100 días en el poder para ejecutar inmediatamente después la primera purga en su equipo de confianza: Mike Waltz, el poderoso asesor de Seguridad Nacional que creó el grupo de chat en Signal y que, además, invitó a unirse al grupo al periodista Jeffey Goldberg. La salida de Waltz del Consejo de Seguridad Nacional (NSC, por sus siglas inglés) se produce luego de otro efecto del Signalgate: la destitución o renuncia en abril de al menos veinte funcionarios del NSC.
En la arista investigativa en curso un foco clave es la razón principal para que los altos mandos políticos y militares de la primera potencia del mundo hayan decidido que la red Signal era la adecuada para discutir asuntos oficiales de la más alta importancia. Los expertos destacan, además de la vulnerabilidad para la seguridad nacional, el que los mensajes en Signal se pueden configurar para que se borren automáticamente tras un plazo determinado. Una vez borrados no se pueden recuperar. Con ello, se está también violentando la Ley de Registros Federales, la que indica que las comunicaciones administrativas deben conservarse, y su destrucción puede considerarse un delito.
Al parecer, la decisión de no mantener registros de cómo se resuelven los asuntos más delicadas y sensibles de la administración Trump ya entró en ejecución. El fantasma de lo que ocurrió con otro presidente republicano de Estados Unidos, que también quiso asegurar su reelección, ronda en la Casa Blanca. Nadie olvida la casi destitución del poderoso Richard Nixon en 1973, y su posterior y obligada renuncia en 1974.
Las huellas de las grabaciones del Salón Oval
Hasta 1973 a nadie se le había ocurrido que en el Salón Oval de la Casa Blanca —despacho presidencial que Donald Trump adora pues dice “aquí comienzan y terminan todas las guerras—, se grababan en forma secreta las reuniones del presidente. Hasta que, en la antesala de una reelección presidencial que el entonces presidente Richard Nixon buscaba con ahínco y se veía difícil, un misterioso robo a la sede del Partido Demócrata, en el edificio Watergate (17 de junio de 1972), y la detención posterior de cinco de sus autores a los que el FBI acusó de tener conexiones con un comité para la reelección de Nixon, hizo estallar el escándalo institucional. Se acusó al presidente de estar detrás de esa operación de inteligencia. Nixon y su equipo lo negaron una y otra vez. El Caso Watergate comenzaba.
Y fue en julio de 1973, en el trascurso de las intensas audiencias en el Congreso por el Caso Watergate, cuando un asesor de la Casa Blanca reveló la existencia del sistema de grabación secreto en el Salón Oval. El Congreso exigió a la Casa Blanca entregar las cintas. Nixon se negó alegando “privilegio ejecutivo”. Sólo cuando la Corte Suprema sentenció que Nixon no podía seguir en desacato, el presidente entregó las cintas. Las grabaciones abarcan 3.700 horas de conversaciones del presidente de EE. UU. durante 883 días, entre febrero de 1971 y mediados de julio de 1973. Y revelaron que Richard Nixon había mentido una y otra vez sobre su rol en Watergate. Lo que venía era su destitución (impeachment). Para evitarlo, Nixon renunció en agosto de 1974.
En esas cintas se escucha la voz de Richard Nixon, de su secretario de Estado Henry Kissinger y de otros personajes clave de su administración, sin maquillaje ni censura planificando la participación de EE. UU. en guerras, golpes de Estado (como el de Chile en 1973) y operaciones de inteligencia para eliminar personas y favorecer a multinacionales en todo el mundo.
Un rol clave en el destape de lo que escondía el robo en las oficinas del Partido Demócrata en el Edificio Watergate, tuvo el acucioso trabajo de dos periodistas del Washington Post: Bob Woodward y Carl Bernstein. La espectacular investigación que iniciaron en junio de 1972 descubrió una extensa red de operaciones ilegales de inteligencia y abusos de poder ejecutadas por quienes ocupaban la primera línea de la Administración Nixon. Sin sus hallazgos y publicaciones no habría sido posible llegar a la renuncia de Nixon. Y se convirtieron en un hito del rol que debe jugar el buen periodismo en momentos de crisis institucional.
De allí la importancia de la decisión ética del periodista Jeffey Goldberg y del equipo de The Atlantic de publicar casi el contenido completo de ese chat en Signal del grupo que hoy gobierna Estados Unidos. Allí se demuestra que ese grupo sí vulneró la seguridad de su país. Y que han mentido. Y también se entiende por qué el destituido Mike Waltz aumenta sus ataques contra el periodista Goldberg, llamándolo “escoria”. Algo similar a lo que hace el presidente Donald Trump con epítetos de "perdedor" y "sinvergüenza".
Goldberg tomó una primera decisión ética relevante: abandonar responsablemente el exclusivo grupo del chat de Signal. Y luego publicar. Atenerse a las consecuencias y ser fiel a su compromiso ético con las audiencias. Debe haber una parte de la historia que Jeffrey Goldberg no puede revelar. Pero lo que sí sabemos es que esta historia será motivo de estudio por muchos años. Y que su investigación seguirá provocando terremotos.